sábado, 15 de febrero de 2014

Volaron los chalilos en Chiloé... y yo reencontré a una vieja amiga.

Sí, por fin volaron los chalilos en Chiloé y fue en la noche del 13 al 14 de febrero. Tuve noticias aquella misma noche de unos buenos amigos de Castro, que estaban apareciendo algunos chalilos en su casa, y ayer por la mañana me lo confirmó el pintor que pinta mi tejado y que vive aquí cerca, en Pumillahue. Me dijo Pedro que la cabaña en la que está viviendo se llenó de chalilos y a su niña más pequeña no la dejaron dormir.

No han volado, por cierto, por encima mía, no han hecho acto de presencia en mi cabaña. Quizá lo hagan esta noche o mañana, aunque lo dudo. Es curioso, uno se representa el mundo en función de cómo lo ha vivido, pero naturalmente es muy difícil que sea exactamente así. Yo me representaba la noche de los chalilos como un acontecimiento súbito y de dimensiones gigantescas: de pronto, cuando las colonias innumerables de estas termitas ya no aguantaban más el calor dentro de los árboles muertos en que vivían, se echaban todas a volar a la vez, en un acontecimiento drámaticamente sincronizado, y todo el cielo de Chiloé, que digo de Chiloé, del entero Chile, de Sudamérica, del mundo, se llenaba de chalilos carnavaleros en busca de una fecundación. 

Ahora, en función de que a mí no me han visitado este año, lo veo de otra manera. Las colonias de chalilos no son innumerables, están distribuidas por los bosques, sí, pero aquí y allá, dispersas, radicadas donde un árbol muerto de tamaño suficiente puede albergarlas. Todas las de una zona se ponen en vuelo nupcial más o menos en la misma fecha, un crepúsculo después de un día caluroso. Su vuelo tiene la misma dinámica que el humo de una hoguera, una especie de manga llena de chalilos que se mantienen en el aire con sus alas pero son llevados por el viento. En lo que se refiere a los humanos, el que estas mangas de chalilos te visiten o no es, como tantas otras cosas, cuestión de suerte. A mí me visitaron en el anochecer del 8 de febrero de 2011 (mi entrada en este blog "Invasión, fecundación, vida, muerte", del 10 de febrero), pero seguramente no lo harán este año. Yo, que soy moderno e ilustrado, pienso que esto es una cuestión de azar. Otros más imaginativos o supersticiosos lo considerarían un presagio. ¿Quién sabe?


Pero hace tres días, en la tarde del 12 de febrero del 2014 tuve, quizá como compensación, un encuentro feliz. En mi paseo vespertino avisté una hembrita pudú pastando cerca de mi casa, en la orilla del bosque. Estaba suficientemente lejos para no asustarse y la fotografié.

Ahora solo quiero llamar la atención sobre la manchita de pelo blanco que tiene a la altura de la región sacra, un poco desplazada hacia la cadera izquierda.

Continué mi paseo y me dirigí como suelo hacer por las tardes hacia el estanque, donde por cierto ya cantan las ranas en los atardeceres y por las noches.
Allí me topé de improviso con otra hembrita pudú, muy cerca, tanto que se quedó, como suele pasarle a los pudúes en este tipo de encuentros, paralizada y pude fotografiarla a placer. Pues bien, observen mis lectores las dos fotos que presento de este encuentro:


La hembrita tiene la misma mancha blanca en el sacro que la de la imagen anterior. Luego muy probablemente es la misma, que recorrió un trayecto paralelo al mío, mientras yo me encaminaba hacia el estanque por el sendero ella lo hacía ramoneando por la orilla del bosque.


Y observen ahora la foto que le hice a una hembrita pudú desde una ventana de mi cabaña, en un anochecer hace ahora casi tres años, el 20 de febrero del 2011 (la entrada en mi blog "Una pudú y la belleza", publicada el 26 de febrero del 2011): ¡tiene la misma manchita blanca en el sacro! Luego probablemente se trata del mismo animal, con el que me he reencontrado en un sitio muy próximo al primero después de tres años de ausencia.


Quizá mis lectores no lo comprendan, pero esto me emocionó. Le he puesto nombre a mi amiga, que se llamaré "Lucera", por el lucerito que muestra en su sacro. A la que espero volver a encontrarme más veces.


Por cierto que cuando fotografié a Lucera hace solo unos días y por segunda vez (las dos fotos intermedias), había otro animal cerca de ella, al que oí huir arrollando el matorral del sotobosque pero al que no pude ver. Probablemente era  otro pudú, quizá su compañero. Yo no sé de dónde me he sacado que los pudúes son monógamos, pero lo que me parece probable en función de mis encuentros y reencuentros con Lucera es que son territoriales y sedentarios. Siendo así y no viviendo en manadas, como es el caso de los ciervos, es posible que sean monógamos.


2 comentarios:

publicador dijo...

Bonita historia. Me ha recordado Bailando con lobos, y el lobo Calcetines.

olo dijo...

Es una historia bonita, sí. La realidad depara con frecuencia sorpresas así, basta con mantener los ojos bien abiertos.